Todo muere o envejece:

las manos sucias y agrietadas de un hombre que abandonó la casa paterna,

los pájaros de primavera que en invierno congelan en su vuelo,

los amantes que con los años se convierten en polvo;

las tumbas de aras negras y lápidas en cuyo cuerpo

se describen los pensamientos humanos,

el estudiante enloquecido y enamorado de los libros

que fuma en la carretera acompañado de su novia;

el policía de miradas rojas aniquilantes y voz potente

que merodea los parques y despierta de las bancas

a los fantasmas jóvenes;

los periódicos que no alcanzaron tinta para publicar

el nacimiento del último hijo de Alemania

que en las hemerotecas serán devorados por el tiempo…

Todo muere o envejece:

los ríos que alguna vez cantaron

cuando el lamento de una amante

impedía el paso de la sílfide,

las ciénagas que en superficies de sal

resguardan peces de piel dormida;

los campos de fuego verde que en días lluviosos,

cristalinos,

adormecen a las liebres cansadas de peregrinar,

los desiertos que comen a la noche

con el silencio y sus espejos de muerte;

las calles dormidas y los parques acostados sobre piedra nocturna,

donde la luna se guarda entre arbustos

que también descansan sobre la piel terrestre…

Todo muere o envejece:

los hombres que con guitarras crean himnos en las noches desveladas,

los niños que cantan al ocaso de la primera infancia;

los hogares de eterna figura que se consumen en las tardes de lluvia

y que en sus paredes conservan las pinturas de antiguos hombres;

las enormes casas de blanco que en su interior

resguardan a científicos e ilustres nombres,

los montes que se pierden entre árboles centenarios

que sostienen hojas de venas negras;

los vastos valles, verdosos parajes

que guardan la memoria de las huestes pretéritas…

Todo muere o envejece:

las palabras,

aún las noches de luna llena.

Lo que antes fue,

lo consumió en su furia

el fuego…